Wednesday, March 9, 2011

La temporada de Cuaresma

Esta es una traducción de la página de Internet que contiene recursos para la Cuaresma y que es presentada por la oficina de Teología y adoración. Para ver la versión original, ve aquí

La temporada de Cuaresma es un tiempo de oración, ayuno y auto-exanimación, para prepararnos para la celebración de la resurrección del Señor el día de resurrección. Es un periodo de 40 días—como el diluvio en Génesis, el peregrinaje de Moisés al Monte Sinaí, el viaje de Elías al Monte Horeb, el llamado de arrepentimiento de Jonás a Nínive, y el tiempo de tentación que Jesús pasó en el desierto. (Los domingos no son contados en Cuaresma en este momento de juicio entre el Domingo de Cenizas y el día de Resurrección, porque cada día del Señor es una celebración de la resurrección de Jesucristo).

En la iglesia primitiva, la Cuaresma era un tiempo de preparación para la celebración del bautismo en la vigilia pascual. En muchas comunidades de fe sigue siendo un tiempo para equipar y nutrir a las personas que son candidatas al bautismo y a la confirmación y para reflexionar en profundidad sobre el tema del discipulado bautismal.

El misterio pascual

Una traducción de un pasaje del libro Companion to the Book of Common Worship (Geneva Press, 2003, 110-111)

Lo que escuchamos durante la Cuaresma nos habla del poder y de la posibilidad del misterio pascual, y que el camino de la cruz, y el camino hacia la resurrección, es a través de la muerte. Para apropiarnos de la nueva vida que está más allá del poder de la muerte tenemos que morir con Cristo, quien resucitó por nosotros/as. Para vivir por Cristo, tenemos que morir con él. La nueva vida requiere que rindamos la vieja vida diariamente, soltando el orden presente de las cosas, para que podamos abrazar una nueva humanidad. Pablo afirma que «cada día muero» (1 Corintios 15.31). La muerte es necesaria para la resurrección, como acto que le precede. La afirmación peculiar de la iglesia es que al morir, vivimos, que todas aquellas personas que son bautizadas en Cristo, son bautizadas en su muerte. El ser resucitados/as con Cristo significa que también debemos morir con Cristo. Para poder entender la resurrección, debemos experimentar la pasión de Jesus. El camino a la cruz, el camino a la resurrección, se da a través de la muerte de la «vieja persona». Al morir, vivimos.

Así, al comenzar la Cuaresma, esta nos recuerda que nuestras posesiones, nuestros gobernantes, nuestros imperios, nuestros proyectos, nuestras familias, y aún nuestras vidas no duran para siempre. «Porque polvo eres, y al polvo volverás» (Génesis 3. 19). Las liturgias a través de la Cuaresma tratan de hacer que nuestros dedos suelten, uno a uno, las presuntas seguridades y que nos lanzemos a las desconocidas aguas bautismales, aguas que no solamente son nuestra tumba, sino que, sorprendentemente son también matriz de vida. En vez de caer nuevamente en la nada, caemos en un abrazo eterno. ¿La muerte? ¿Cómo podemos temer a aquellos que ya hemos experimentado en el bautismo?

Es el poder de la resurrección que se encuentra en el horizonte lo que nos lleva al arrepentimiento hacían la cruz y la tumba. A través de la intervención de la resurrección llena de gracia de Dios, se hacen posibles cambios para toda la vida en nuestros valores y comportamiento. El arrepentimiento de la Cuaresma hace que sea posible que afirmemos gozosamente «la muerte ya no existe», al hacer que demos la espalda a «vieja persona» en nosotros. El adherirnos fielmente al camino cuaresmal de «la oración, el ayuno, y la ofrenda», nos lleva a nuestro destino: la Pascua.

Durante la semana final, la Semana Santa, escuchamos la totalidad de la pasión de Cristo, su muerte y resurrección. Toda la Semana Santa, desde la entrada triunfal a Jerusalén hasta el Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado de Gloria, se enfoca en la pasión. Como sus seguidores/as, viajamos por el camino de servidumbre de Cristo a través de la Cena del Señor y del sufrimiento en la cruz hacia la gloria de la Resurrección, todo lo cual enfatiza el enlace inseparable entre la muerte y la resurrección de Jesús.

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